La Buena Nueva sobre el plan de Dios: Una carta pastoral sobre los retos de la identidad de género

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Cuando los Padres del Concilio Vaticano II escribieron sobre la relación de la Iglesia y el mundo moderno, comenzaron con esta verdad clave: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. Los retos de cada persona en nuestra sociedad están cerca de mi corazón y del corazón de todos los fieles católicos de la arquidiócesis de Detroit. Como su pastor, padre espiritual y hermano en el camino del discipulado, comparto con ustedes las preocupaciones y los desafíos a los que ustedes se enfrentan en sus familias y, más ampliamente, en nuestra cultura. Como personas de fe, sabemos que Cristo desea compartir su verdad y su amor en todos los desafíos culturales de nuestra sociedad.

Uno de los retos más apremiantes a los que nos enfrentamos en la sociedad contemporánea es cómo entender correctamente a la persona humana según el plan de Dios. ¿Qué significa ser una persona? ¿Soy bueno? ¿Me ama Dios tal y como soy? ¿Qué significa ser hombre o mujer? ¿La identidad de uno como hombre o mujer es inmutable e inalterable o el género y el sexo son realidades socialmente construidas o maleables que pueden cambiar con el auto entendimiento de cada persona? Si siento que mi género no coincide con el sexo de mi cuerpo, ¿qué debo hacer? Y finalmente, ¿cómo debemos, como Pueblo de Dios del sudeste de Michigan, responder a estos retos para que la luz del Evangelio brille sobre la oscuridad de la confusión?

Comparto esta carta por una profunda preocupación pastoral por todos ustedes y con muchas preguntas en mente. Tengo especialmente presentes a quienes ayudan en la dirección de nuestras parroquias y escuelas, así como a los padres de niños que experimentan angustia por su cuerpo o confusión por su género. Mi objetivo es compartir la Buena Nueva del Evangelio y la belleza de lo que Dios quiso en su creación. En el Sínodo 16 y en Haz Llegar el Evangelio, nuestra Iglesia local se comprometió a una conversión misionera “haciendo de la propia relación con Jesús y de la alineación con su voluntad el principio central guiador de todos los aspectos de la vida”. Este es un llamado para que cada uno de nosotros se comprometa activamente en la misión evangelizadora de la Iglesia para dar testimonio de la dignidad dada por nuestra creación a imagen y semejanza de Dios.

Nuestro bautismo nos convierte en hijos adoptivos de Dios y, como tales, nuestra respuesta es siempre “tener fijos los ojos en Jesús” (Heb 12:2) como fuente de la verdad y la luz en nuestras vidas. Por eso elegí esta frase como mi lema episcopal. Siempre que nos sintamos perdidos o confusos, es bueno que volvamos los ojos a Jesús, no con una mirada rápida, sino fijando los ojos en él, sabiendo que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” . Cuando San Juan Pablo II inició sus enseñanzas sobre la persona humana y la sexualidad – que componían una “teología del cuerpo” – comenzó con las palabras que utilizó Jesús cuando los fariseos lo interrogaron sobre una cuestión cultural de su tiempo. Les señaló en “el principio”: en el relato de la creación en los primeros capítulos del Génesis. Por lo tanto, es correcto es que nosotros también empecemos por ahí.

PARTE I: LA VISIÓN CRISTIANA DE LA PERSONA HUMANA

“Dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo.’ Y creó Dios al ser humano a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó.” (Gen 1:26-27).

Este relato de la creación del Libro del Génesis es el “principio” al que Jesús nos llama a regresar, el cual revela las hermosas y fundamentales verdades sobre la persona humana. La primera de estas verdades es que no somos subproductos ni accidentes; somos creados. Ser creado es ser elegido, querido y destinado. Y como Dios todo lo sabe, fuimos elegidos desde toda la eternidad. Desde el principio de los tiempos, ustedes y yo fuimos elegidos y creados por el Dios de toda la creación. Por esta razón, incluso hoy, los padres son cocreadores con Dios en la labor de traer un nuevo hijo al mundo. Dios no está ausente de esta realidad, sino que quiere trabajar en y a través del diseño de la complementariedad sexual del cuerpo humano para engendrar una nueva vida humana.

En segundo lugar, no somos nuestros propios creadores, nuestro existir sucede fuera de nosotros mismos. La vida es un regalo de Dios, que se nos da sin que la elijamos ni nos la ganemos. Sólo podemos recibirla. Esto significa que no somos los autores de nuestra propia vida, ni tenemos una autonomía ilimitada sobre ella. Del mismo modo que la humanidad está llamada a ejercer el dominio sobre el resto de la creación mediante la correcta administración y el cuidado adecuado de la tierra, a la que el papa Francisco se refiere como “nuestra casa común”, también estamos llamados a tratarnos a nosotros mismos – nuestros cuerpos y nuestras vidas – con la correcta administración que reconoce que somos responsables ante nuestro Creador, que nos ha confiado el regalo de la vida.

En el centro de estas verdades sobre la persona humana reveladas en el relato de la creación está la verdad – reiterada numerosas veces – de que estamos hechos a imagen de Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza.... Y creó Dios al ser humano a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó”. ¿Por qué se repite esto? Es para dejar claro que la humanidad es distinta del resto de la creación. No somos simplemente una cosa más que ha sido hecha; más bien, nos pusieron aparte del resto de la creación. Nada está hecho a imagen de Dios como los seres humanos. Después de cada día de la creación, Dios mira lo que ha hecho y lo llama bueno. Tras el momento cumbre de su creación terrenal – el hombre y la mujer – Dios declara que la creación es muy buena (Gen 1:31). Y después de esto, ya no es necesario hacer nada más, nada más grande podría llegar a existir, y así, “Dios descansó” (cf. Gen 2:1-2).

Haber sido creados a imagen y semejanza de Dios nos confiere una dignidad humana que no puede ganarse y que nunca puede perderse. Esta dignidad humana es la que nos permite buscar y encontrar las verdades más fundamentales sobre quiénes somos, por qué fuimos hechos, qué significa vivir una buena vida y la naturaleza de nuestro destino eterno. Las personas somos tanto materiales como espirituales: “Entonces el Señor Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida” (Gen 2:7). El cuerpo y el alma son parte integral de la constitución misma de la persona humana. Dios nos ha dado el “aliento de vida” que nos confiere su imagen y semejanza. Podemos saber lo que está bien y lo que está mal y formamos nuestros corazones y nuestras acciones para elegir el bien. La verdad de que la persona humana es tanto espiritual como material es crucial para comprender correctamente quién es la persona. Nuestro cuerpo es un aspecto clave de lo que somos: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza” (CIC, 365).

“Macho y hembra los creó”. Esta línea del relato de la creación nos revela que nuestro sexo, es querido por Dios en nuestra creación y nos es dado como un regalo. Dios quiso que las personas humanas fueran varones o mujeres. El sexo es asignado, no por un médico o por la persona, sino genética y biológicamente por Dios en el acto de la creación. Con muy pocas excepciones, se realiza a través de cada cadena de ADN en el cuerpo de cada persona. No ignoramos que algunos de nuestros hermanos y hermanas nacen con raras anomalías genéticas que ocasionan alteraciones del desarrollo sexual, como el Síndrome de Klinefelter y el Síndrome de insensibilidad a los andrógenos y creemos firmemente que Dios los creó con un propósito especial en la vida. Reconocer estas condiciones intersexuales debería abrir las compuertas de nuestra compasión y acompañamiento sensible hacia estas personas. Sin embargo, esto no debería causar confusión sobre la genética o la biología típicamente humanas.

Estas verdades del relato de la creación nos llevan a comprender lo que san Juan Pablo II llamó “el significado esponsalicio del cuerpo”. El cuerpo revela quién es la persona, no sólo física y anatómicamente, sino también, en lo más profundo de su ser. “El cuerpo, y sólo este, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo” (JPII, TDC 2-20-80 ). El Catecismo de la Iglesia Católica explica que “[Dios] mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él” (221).

El cuerpo revela necesariamente a la persona como un niño o niña, un hombre o mujer. De hecho, el primer mandamiento de Dios al hombre y a la mujer fue “sean fecundos y multiplíquense” (Gn 1:28). El hombre y la mujer se dirigen el uno al otro para esta tarea sagrada de traer nueva vida a la existencia. Se necesitan mutuamente. De hecho, en su distinción el uno del otro – su complementariedad sexual – revela esta dependencia mutua. El hombre llega a comprender quién es al ver que es a la vez semejante (en dignidad humana) y diferente (en sexualidad) a la mujer. Y ella se comprende a sí misma a la luz de él. Esta igual dignidad y complementariedad sexual forman parte de lo que es “muy bueno” en el hombre y la mujer. Estas verdades sobre la persona humana forman una antropología unitiva, o un entendimiento de la “persona como un todo”. No estamos desarticulados con una separación entre nuestros cuerpos e identidades. Más bien, nuestros cuerpos nos revelan, a nosotros y a los demás, aspectos clave para comprender quiénes somos. “La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana” (Laudato si’, p. 155).

PARTE II: LA VISIÓN CONTEMPORANEA DE LA PERSONA HUMANA

En contraste con la visión unitiva y cristiana de la persona humana como creada por Dios a su imagen, existe una visión alternativa, “dualista”, de la humanidad que está creciendo en popularidad en los últimos años. Esta visión ve a la persona humana como inherentemente dividida y separada, afirma que puede haber oposición entre el cuerpo y el alma de la persona. El dualismo no es nuevo, en realidad, el concepto ha existido durante siglos, sus raíces se encuentran en cierto pensamiento precristiano. La noción de dividir a una persona en cuerpo y alma – o entre mente y materia – es algo que los cristianos han combatido desde los primeros siglos de la Iglesia. En nuestros días, los avances tecnológicos modernos sirven para magnificar exponencialmente el daño que puede causar a las personas una visión dualista.

Según el punto de vista dualista, la persona humana no es una unión integrada de cuerpo y alma, sino más bien un yo inmaterial que posee un cuerpo material. La verdadera “persona” es alguien que usa el cuerpo, pero que no se identifica necesariamente con él. El cuerpo se considera un recipiente o instrumento que a veces es útil, a veces neutro y a veces un obstáculo para el objetivo de vivir como el “yo real”. La persona usa el cuerpo, pero el cuerpo en sí no tiene valor personal. En esta visión dualista, el cuerpo no revela a la persona, sino que es simplemente algo que la persona posee y puede manipular para sus propios fines. La autonomía personal radical que propone dice: “Yo puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo porque no hay unidad objetiva entre mi cuerpo y yo”.

El dualismo también da forma a las ideas culturales sobre la ética sexual, argumentando que la actividad sexual trata en última instancia de la “autorrealización”. Así, mientras los participantes den su consentimiento, casi cualquier juicio sobre la bondad de los actos sexuales es completamente subjetivo; no hay nada verdadero o falso, correcto o incorrecto en los actos sexuales con consentimiento. Cuando decimos que el cuerpo no tiene valor personal, despojamos a los actos sexuales de su valor intrínseco. El único criterio es el consentimiento. Esta visión superficial y empobrecida de la unión sexual entre un hombre y una mujer ignora el “significado esponsalicio del cuerpo” y pierde de vista el “derecho de toda persona... a ser tratada como objeto de amor, no como objeto de uso”. Oscurece el significado esponsalicio del cuerpo reemplazándolo por una visión fracturada y compartimentada de la persona humana.

PARTE III: LA PREOCUPACIÓN PARTICULAR DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO

El área particular de preocupación de esta carta pastoral es la necesidad de afrontar el desafío de la visión dualista del mundo en lo que se refiere a la identidad de género, específicamente para aquellos que se sienten confundidos personalmente sobre esa identidad y especialmente a los que están angustiados por esta confusión.

El término “disforia de género” es un diagnóstico para la aflicción que puede sentir una persona debido a una disparidad percibida entre su sentido personal del género y su sexo biológico. “Disforia” es una palabra que proviene del griego y significa “difícil de soportar” y es lo opuesto a la palabra más común “euforia”. Antes de 2013, el Manual de Diagnóstico y Estadístico (DSM-5, por sus siglas en inglés) utilizaba el término “Trastorno de la Identidad de Género” para esta condición particular. En esta carta, he optado por utilizar el término más amplio de “confusión de género” para incluir a todas las personas que experimentan dicha disparidad, ya sea que resulte o no en angustia o disforia.

En general, el plan de tratamiento actual para quienes tienen confusión de género incluye terapia de “afirmación”, tratamiento hormonal, procedimientos quirúrgicos y la adopción de nuevos nombres, pronombres personales y comportamientos que se alineen con el género “elegido” por uno, que puede ser inconsistente con el sexo biológico que Dios nos ha dado. Cada vez más, la comunidad médica utiliza estos tratamientos para proporcionar lo que se denomina “cuidado de afirmación de género”, que busca alterar el comportamiento y el cuerpo de una persona – quirúrgica y/u hormonalmente – para que coincida con la percepción que la persona tiene de su género. En estas intervenciones de alteración corporal, los órganos sexuales que funcionan de forma saludable o los signos exteriores de ser hombre o mujer se remueven química o quirúrgicamente o se alteran para que dejen de funcionar. Estos procedimientos son a menudo una mutilación irreversible de un cuerpo sano. Incluso a los niños que expresan confusión sobre su género se les recetan cada vez más “bloqueadores de la pubertad” para impedir que sus cuerpos experimenten el proceso natural de desarrollo sexual, imposibilitándoles así experimentar el proceso normal de maduración de su cuerpo. Todos estos procedimientos pretenden “cambiar el cuerpo de una persona” para alinearlo con el género elegido. El proceso científico de investigación, escrutinio y resultados objetivos se manipula en nombre de esta visión dualista de la persona humana, que muy seguido se enmascara como compasión y afirmación de género.

Las propuestas para cambiar el sexo de uno presuponen esta visión dualista de la persona humana, por lo tanto, consideran el sexo de la persona como maleable. Asumen que la identidad de una persona como hombre o mujer no está determinada por la realidad biológica — por la identidad sexual dada a la persona como hombre o mujer — sino por los sentimientos y deseos de cada uno. Se da primacía a los sentimientos en este juicio y se tratan como obviamente ciertos, lo que lleva al uso de la expresión “el sexo asignado al nacer”. Esta expresión sugiere que el sexo biológico de uno no es más que una etiqueta asignada arbitrariamente por un espectador hasta que la persona pueda evaluar su identidad autopercibida. El papa Francisco rechaza enérgicamente la opinión de que “ser mujer o ser hombre, [podría] ser una opción y no un hecho de la naturaleza" y condena inequívocamente la “ideología de género” como “una de las colonizaciones ideológicas más peligrosas”.

¿A qué se atribuye que en la cultura contemporánea se niegue que el cuerpo revela la propia identidad como hombre o como mujer? Probablemente hay muchos factores que contribuyen, pero el problema subyacente es que nuestra naturaleza – nuestra manera de ver y conocer el mundo – está herida por el pecado original. Nuestra naturaleza caída dificulta el reconocimiento de la verdad sobre la persona humana que está manifestada por la naturaleza y confirmada por el Evangelio. Como explica el Catecismo, heredamos una naturaleza “privada de la santidad y la justicia originales”. Como resultado del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, los seres humanos perdieron la protección contra la muerte y cargan con la inclinación al pecado, que llamamos concupiscencia. Cristo nos ofrece el don invaluable de la redención, pero, aunque el bautismo imparte su gracia y borra el pecado, “las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual”.

Esta inclinación hacia el pecado distorsiona la emoción humana y dificulta que las personas reconozcan el significado esponsalicio del cuerpo. Los humanos caídos se sienten inclinados a considerar el cuerpo como un objeto en lugar de verlo con un entendimiento esponsalicio. Esta inclinación se hace evidente en la tentación de despreciar el significado personal del cuerpo y de vivir como si uno poseyera o habitara un cuerpo al que se le puede hacer expresar cualquier género que uno elija. Es importante tener en cuenta que nuestra labor de evangelización y catequesis sufre cuando se oscurece el significado esponsalicio del cuerpo. Esto se debe a que, como señaló el obispo Michael Burbidge de Arlington, Virginia:

“Mucha de nuestra fe descansa sobre las verdades naturales de la persona humana, la unidad cuerpo/alma y la complementariedad del hombre y mujer. Jesús nuestro Redentor, el Hijo de Dios, asume la unidad cuerpo/alma de nuestra naturaleza humana, se sacrifica Él mismo y nos nutre con Su Cuerpo, y es adorado como el Novio de la Iglesia. El rechazo de las verdades naturales fundamentales sobre nuestra humanidad perjudica el “modelo” que Dios utiliza para revelarse a nosotros y manifestar su plan salvífico para nosotros”.

La visión dualista de la persona humana refleja y promueve una comprensión fallida de la persona humana que conduce a un gran daño. El dolor de numerosas personas perjudicadas por esta ideología de género es real. Ese dolor se hace mayor cuando se anima a las personas que sufren a rechazar su identidad innata como hombre o mujer y a renunciar a la ley moral escrita en sus corazones.

Debemos ser especialmente prudentes al hacer juicios sobre la culpabilidad de quienes sufren un dolor tan agudo a causa de la confusión de género. La revelación de Cristo sobre la persona humana exige que hablemos con claridad y caridad sobre la ley moral para ayudar a nuestros hermanos y hermanas a encontrar la plenitud del florecimiento humano que Cristo desea para ellos. Es difícil imaginar una distorsión más clara de este florecimiento que el caso de un joven al que se induce erróneamente a pensar que es posible cambiar su identidad corporal y que es bueno el intentar hacerlo, tomando medidas drásticas e irreversibles para tratar de lograr este cambio. De hecho, un número cada vez mayor de personas que han intentado cambiar de sexo se han arrepentido profundamente después de haberlo hecho y muchos han intentado deshacer el daño “revirtiendo la transición” a su sexo biológico, a menudo con graves complicaciones y traumas causados por los bloqueadores hormonales o, peor aún, por la mutilación permanente de sus cuerpos mediante una intervención quirúrgica.

PARTE IV: LA RESPUESTA DEL EVANGELIO

Las personas que se enfrentan al reto de la confusión de género merecen, primero que todo, recibir nuestro amor, compasión y apoyo. Debemos acompañarles amorosamente reconociendo su dolor, escuchándoles, asegurándonos de que saben que se les escucha y asegurándoles el amor personal de Dios por ellos. Con demasiada frecuencia, en nuestros esfuerzos por compartir la Buena Nueva, podemos perder de vista el bien que se deriva del acompañamiento auténtico a las personas que sufren. Las respuestas de cajón o las frases trilladas a menudo se quedan lastimosamente cortas. El sufrimiento de las personas con confusión de género puede implicar un aislamiento de uno mismo, que puede ser intensamente desestabilizador.

Cuando Jesús se encontró con el sufrimiento y el dolor en el Evangelio, le tocó el corazón. Se dejó conmover por el sufrimiento de los demás. De hecho, la Encarnación – Dios hecho hombre – es un ejemplo sorprendente de la solidaridad de Jesús con nosotros en el sufrimiento. Es un acto de compasión “escandalizante” que nos revela el rostro de Dios. Jesús eligió estar con los pobres, con los que sufren y con los marginados. Por lo tanto, nunca deberíamos sentir que alguien está demasiado quebrantado o confuso para que nos acerquemos y le ofrezcamos el amor y el apoyo que Cristo desea que la gente reciba a través de nosotros.

Sin embargo, muy a menudo se puede insistir en que la compasión y el acompañamiento significan nada más que debemos solidarizarnos con las personas y renunciar a desafiarlas amorosamente cuando sus elecciones entren en conflicto con su bien real. Esto sería como colocar una cuña entre el amor y la verdad, intentando separarlos el uno del otro, aunque sepamos que “Dios es amor” y Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (cf. 1 Jn 4:7-8; Jn 14:5-6). Por supuesto, la verdad desprovista de amor es dura y puede utilizarse como un arma. Nuestro objetivo nunca debe ser usar la verdad para herir a otra persona. Pero no es menos importante recordar que “sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad.”. En medio de nuestra compasión, debemos recordar que nunca es compasivo aprobar los esfuerzos por identificarse como otra persona distinta al sexo biológico de uno. Por el contrario, responder con verdadera compasión significa ayudar a la gente a ver que tales esfuerzos pueden causar un gran daño. Imagine a un cardiólogo que busca ser compasivo al afirmar a un paciente que fuma, o a un obstetra que evita informar a sus pacientes sobre los peligros de beber alcohol durante el embarazo. Lejos de ser actos de compasión, serían actos de mal práctica. Por lo tanto, no debemos ser menos claros en nuestra proclamación del bien del cuerpo humano a aquellos que han sido engañados haciéndoles pensar lo contrario.

Las familias y los seres queridos también se ven afectados cuando una persona intenta hacer la transición de un género al otro. Sin duda es desgarrador, por ejemplo, para los padres de familia ver a su hijo o hija sufrir angustia por su cuerpo y sentirse impotentes por hacer algo al respecto. Pueden temer que su hijo o hija se aleje si le cuestionan la identidad que está reclamando. No es infrecuente que los padres sean objeto de reclamos manipuladores según los cuales, si no afirman las preferencias de género de su hijo o hija, corren el riesgo de llevarle al suicidio. Estos padres y familias también merecen nuestra compasión y apoyo. También necesitan saber que hay esperanza para la sanación espiritual; incluso aquellos que se han visto dañados por la transición médica y quirúrgica, pueden encontrar y encuentran sanación cuando son capaces de aceptar el regalo de sus cuerpos. Los padres y las familias necesitan saber que tienen una misión especial que incluye el amor radical y el compromiso radical con la verdad del Evangelio, afirmando la bondad del cuerpo humano como creado por Dios.

Nuestra misión como Iglesia en el sudeste de Michigan es proclamar el Evangelio a tiempo y a destiempo . Y como escribí en Haz Llegar el Evangelio “Nuestras presentaciones de las demandas del Evangelio deben ser pastoralmente sabias, encontrando a la gente donde está y evitando las “bombas de la verdad” que solo la hacen alejarse”. Nuestra respuesta no consiste en convertirnos en “guerreros culturales” en busca de una batalla contra aquellos con los que no estamos de acuerdo. Tampoco consiste en dejarnos intimidar hasta el silencio o acobardarnos por el volumen de voces que proponen una visión desarticulada de la realidad. Por el contrario, debemos proclamar con constancia y amor, con convicción, el Evangelio de que el cuerpo de todas y cada una de las personas, tal y como ha sido creado, está hecho a imagen y semejanza de Dios y, por lo tanto, posee una dignidad inviolable.

No tenemos por qué avergonzarnos de esta hermosa verdad sobre la persona humana que nos revelan la ley natural y la revelación divina. Nuestro papel en esta era es proclamar con confianza y alegría la Buena Nueva sobre la persona humana, ¡que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y unida a Cristo por su Encarnación! Al hacerlo, ayudamos a nuestros hermanos y hermanas a redescubrir lo que significa ser humano y a valorar el don inmutable de Dios de la identidad de uno como hombre o mujer. Dios hizo a la humanidad masculina y femenina no simplemente como seres humanos incidentalmente diferentes, sino como dos sexos que muestran por igual la imagen de Dios en su diferencia y en su complementariedad. La masculinidad o feminidad de una persona no cambia ni puede alterarse.

Nuestra certeza en el Evangelio no es una mera proposición intelectual. Es más bien el fruto de un encuentro con la persona de Jesús que desea la plenitud y el florecimiento de cada persona humana. Cuando tratamos de acompañar a los que sufren, lo hacemos con la confianza de que Jesús conoce y comprende su sufrimiento. No lo sabe de una manera distante o solamente teórica. Al asumir nuestra carne, Jesús se une a todo el sufrimiento del mundo y por tanto, conoce profundamente en sí mismo todas las heridas que cada uno de nosotros experimentamos. Nuestro amor y nuestra compasión están arraigados en nuestra experiencia del amor de Jesús por nosotros y en que le dejemos amar a los demás a través de nosotros. La compasión de Jesús conduce en última instancia a la plenitud de una forma que no puede experimentarse al margen de él. Esta plenitud se encuentra en su sentido perfecto y eterno cuando estamos unidos a él en el cielo. Pero no sólo nos la promete para más tarde, nos la da aquí y ahora (cf. Ef 1,11-14).

De hecho, el gran acto de amor de Dios es su unión con la raza humana – en un cuerpo. Se “encarnó” y luego, en su cuerpo, sufrió y murió por nosotros. Jesús ascendió al cielo en cuerpo y alma, y sigue comunicando su amor por nosotros a través de su Cuerpo, la Iglesia. La gracia de Dios procede de nuestras interacciones humanas: al ser bautizados con agua, al recibir la Sagrada Comunión, al escuchar las palabras de absolución por las que se perdonan nuestros pecados. Ver a la persona como un todo, es decir, tener una antropología unitiva, también significa que nuestros cuerpos están destinados a estar con nosotros en la eternidad, como profesamos en el Credo: “Creo en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro”. La última y más completa palabra sobre el amor de Dios por la humanidad se nos da a conocer en la carne de Jesús. ¿Cómo podríamos negar la bondad del cuerpo o el vínculo inquebrantable que existe entre el cuerpo y el alma? Hacerlo es rechazar la vida eterna que se nos ofrece a través del cuerpo de Jesús.

PARTE V: SEGUIR ADELANTE

Mi intención con esta carta pastoral es ayudarnos a pensar con la mente de la Iglesia y la mente de Cristo sobre lo que significa abordar los desafíos de nuestro tiempo. Esta carta pastoral no pretende ser una condena para nadie, sino un acompañamiento amoroso para todos. Espero que les ayude a cada uno de ustedes a dejar que la sabiduría de la Iglesia forme su pensamiento al abordar la cuestión de la identidad de género en sus comunidades. Una forma importante en la que nosotros, como Iglesia en Detroit, daremos vida a esta enseñanza, a través de nuestras instituciones de evangelización – en particular nuestras parroquias y escuelas –, se encontrará en las nuevas directrices que acompañan a este documento.

El fundamento de las directrices y de esta catequesis es esta verdad singular: Quienes luchan con la confusión de género son nuestros hermanos. Son hijos de Dios y miembros queridos de nuestras comunidades, que nunca deben ser condenados ni rechazados, sino bienvenidos y acompañados en el camino hacia la luz de la verdad. Juntos, todos nosotros hemos sido creados en el amor, redimidos con precio de la vida de Jesús, llamados a la santidad e invitados a la misma relación profunda y duradera con Dios a través del Espíritu Santo. Por lo tanto, confiamos las dificultades de las personas con confusión de género al poder y al amor de Dios. En la arquidiócesis de Detroit nos comprometemos a escuchar, mostrar compasión, compartir la verdad y celebrar la plenitud de nuestra llamada compartida a la santidad. ¡Nuestro compromiso de ser una banda de alegres discípulos misioneros de Jesús no puede exigirnos menos!

Sinceramente suyo en Cristo,

El Reverendísimo Allen H. Vigneron
Arzobispo de Detroit

26 de Febrero de 2024

Directrices

“La Buena Nueva sobre el plan de Dios: Una carta pastoral sobre los retos de la identidad de género” presenta la sabiduría de la Iglesia en materia de la confusión de género y busca guiar a los padres de familia y ministros en las parroquias y escuelas en sus esfuerzos para brindar cuidado pastoral. Es importante señalar que las enseñanzas presentadas en esta carta pastoral y reflejadas en las siguientes directrices no son nuevas, la Iglesia siempre ha reconocido a la persona humana como una unión integrada de cuerpo y alma, creada a imagen y semejanza de Dios como hombre o mujer. De la misma manera, las parroquias y escuelas católicas de la arquidiócesis de Detroit siempre han asumido la responsabilidad de promover estas y otras verdades de nuestra fe católica. Sin embargo, en esta época de gran confusión cultural, es necesario establecer con claridad y caridad el modo en que las parroquias y escuelas católicas de la arquidiócesis de Detroit proporcionarán un ministerio que se sea conducido en el espíritu de la verdadera compasión y orientado hacia el florecimiento humano.

Estas directrices están diseñadas para ser utilizadas simultáneamente. Un enfoque del ministerio que sólo adopte una directriz a expensas de la otra malinterpreta la instrucción contenida en la carta pastoral. En este sentido, estas directrices deben leerse y considerarse a la luz de la carta pastoral, más particularmente a la luz de la verdad singular de que “quienes batallan con la confusión de género son nuestros hermanos... hijos de Dios y miembros amados de nuestras comunidades”.

  1. Fundamentados en el compromiso de la Iglesia de atender pastoralmente a las personas que batallan con la confusión de género, se espera que todos los ministros de la Iglesia en la arquidiócesis de Detroit (clérigos, empleados y voluntarios) acompañen a estos hermanos con verdadera compasión1 y les aseguren el amor personal de Dios2.
  2. En virtud de la creación de cada persona a imagen y semejanza de Dios como varón o mujer3, y de la verdad de que el plan de Dios para nuestra santidad y florecimiento se revela a través de nuestros cuerpos4, todos los ministros de la Iglesia en la arquidiócesis de Detroit (clérigos, empleados y voluntarios), estudiantes y participantes en programas juveniles registrados respetarán el sexo biológico que Dios les ha dado en lo que respecta (pero sin limitarse a ello) al uso de pronombres personales, código de vestimenta, baños y todas las demás instalaciones. Todos los documentos y registros reflejarán el sexo biológico dado por Dios a la persona.
Preguntas frecuentes y respuestas
¿Qué es una carta pastoral?

Los obispos son ante todo pastores. Su deber primordial es pastorear a los fieles hacia una relación más estrecha con Jesucristo. Una de las principales formas en que lo hacen es publicando cartas y enseñanzas sobre algún aspecto de la fe. Al igual que el Santo Padre escribe cartas a los obispos, al clero y a los fieles de la Iglesia mundial, un obispo local escribe periódicamente cartas a sus sacerdotes y a los fieles de su diócesis.

El arzobispo Allen Vigneron ha publicado cinco cartas pastorales durante su tiempo como Obispo de la arquidiócesis de Detroit:

Estas son independientes de las notas pastorales, una serie de enseñanzas más cortas del arzobispo Vigneron publicadas en los últimos años y que amplían la visión guiada por el Espíritu que se encuentra en la carta pastoral Haz Llegar el Evangelio.

¿Por qué el arzobispo Vigneron decidió escribir sobre el tema de la identidad de género?

Como pastor principal de los fieles de la arquidiócesis de Detroit, el arzobispo Vigneron comparte las preocupaciones y los desafíos a los que se enfrentan los fieles en sus familias y en nuestra cultura. Entre los retos más apremiantes, según el arzobispo Vigneron, “está cómo entender correctamente a la persona humana de acuerdo con el plan de Dios”, en particular cuando se trata de cuestiones de identidad de género y sexo biológico. En esta época de gran confusión en nuestra cultura, el arzobispo Vigneron consideró necesario expresar con claridad cómo las parroquias y escuelas de la arquidiócesis de Detroit vivirán la verdad de lo que somos y lo que enseña la Iglesia al respecto. El resultado es su nueva carta pastoral y las directrices que la acompañan, ambas promulgadas con el espíritu de hablar la verdad en la caridad, al buscar presentar la mente de la Iglesia sobre estos asuntos con compasión y comprensión para aquellos que la reciben, particularmente aquellos que tienen experiencia personal con los desafíos de la identidad de género.

¿A quién va dirigida esta carta pastoral?

La carta pastoral fue escrita principalmente para los fieles que colaboran en el liderazgo de nuestras parroquias y escuelas, así como a los padres de niños que experimentan angustia por su cuerpo o confusión sobre su género. Sin embargo, se anima a todos los fieles a que lean la carta y permitan que la mente de Cristo y de su Iglesia formen su pensamiento en este tema.

¿Qué dice la carta pastoral sobre la enseñanza de la Iglesia acerca del género y la identidad de género?

La Iglesia católica reconoce a la persona humana como una unión integrada de cuerpo y alma, creada a imagen de Dios. En su carta pastoral, el arzobispo Vigneron escribió que “Dios hizo a la humanidad masculina y femenina no simplemente como seres humanos incidentalmente diferentes, sino como dos sexos que muestran por igual la imagen de Dios en su diferencia y en su complementariedad”. Compara esto con una “antropología unitiva, o un entendimiento de la ‘persona como un todo’”. Continúa explicando: "No estamos desarticulados con una separación entre nuestros cuerpos y nuestras identidades. Más bien, nuestros cuerpos nos revelan, a nosotros y a los demás, aspectos clave para comprender quiénes somos".

Esta enseñanza establecida es muy diferente de la visión promovida por gran parte de la sociedad moderna en la que la persona humana está dividida inherentemente entre cuerpo y alma. Este punto de vista “dualista” considera el cuerpo como un recipiente o instrumento para ser utilizado por la persona, no tiene ningún valor inherente y por lo tanto puede ser manipulado para alinearse con el “género elegido” por uno. El arzobispo Vigneron señala que esta “noción de dividir a una persona en cuerpo y alma – o entre mente y materia – es algo que los cristianos han combatido desde los primeros siglos de la Iglesia”.

¿Qué es la disforia de género y la confusión de género?

El término “disforia de género” es un diagnóstico para la angustia que una persona puede sentir debido a una disparidad percibida entre su sentido del género y el sexo biológico. “Disforia” proviene de las palabras en griego que significan “difícil de soportar” y es lo opuesto a la palabra más común “euforia”. Antes de 2013, el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM-5, por sus siglas en inglés) utilizaba el término “Trastorno de identidad de género” para esta condición particular.

En la carta pastoral, el arzobispo Vigneron usa el término más amplio “confusión de género” para incluir a todas las personas que experimentan dicha disparidad, ya sea que resulte o no en angustia o disforia.

¿Cómo deben relacionarse los católicos con las personas que experimentan confusión de género?

Las personas que experimentan confusión de género merecen nuestro amor, compasión y apoyo. Como escribió el arzobispo Vigneron en su carta pastoral, estas personas “son nuestros hermanos. Son hijos de Dios y miembros queridos de nuestras comunidades, que nunca deben ser condenados ni rechazados, sino bienvenidos y acompañados en el camino hacia la luz de la verdad”.

Los fieles están llamados a “ser especialmente prudentes al hacer juicios sobre la culpabilidad de quienes sufren un dolor tan agudo a causa de la confusión de género“, escribió el arzobispo Vigneron. Mientras tanto, “la revelación de Cristo sobre la persona humana exige que hablemos con claridad y caridad sobre la ley moral para ayudar a nuestros hermanos a encontrar la plenitud del florecimiento humano que Cristo desea para ellos.”

¿Cuáles son las nuevas directrices?

Dos nuevas directrices publicadas con la carta pastoral del arzobispo Vigneron sirven para codificar la expectativa de que las parroquias y escuelas de la arquidiócesis de Detroit acompañen a las personas con verdadera compasión al tiempo que defienden la hermosa verdad de la creación:

Directriz 1: “Fundamentados en el compromiso de la Iglesia de atender pastoralmente a las personas que batallan con la confusión de género, se espera que todos los ministros de la Iglesia en la arquidiócesis de Detroit (clérigos, empleados y voluntarios) acompañen a estos hermanos con verdadera compasión y les aseguren el amor personal de Dios”.

Directriz 2: ”En virtud de la creación de cada persona a imagen y semejanza de Dios como varón o mujer, y de la verdad de que el plan de Dios para nuestra santidad y florecimiento se revela a través de nuestros cuerpos, todos los ministros de la Iglesia en la arquidiócesis de Detroit (clérigos, empleados y voluntarios), estudiantes y participantes registrados en programas juveniles parroquiales respetarán el sexo biológico que Dios les ha dado en lo que respecta (pero sin limitarse a ello) al uso de pronombres personales, código de vestimenta, baños y todas las demás instalaciones. Todos los documentos y registros reflejarán el sexo biológico dado por Dios a la persona”.

¿A quién se dirigen estás nuevas directrices?

Estas directrices aplican a todas las escuelas católicas de la arquidiócesis de Detroit (parroquiales, regionales y de orden independiente/religiosa) y a los programas en los que participan jóvenes inscritos – incluyendo programas parroquiales de educación religiosa, conferencias para jóvenes y otros eventos especiales.

¿Cuándo entrarán en vigor las directrices?

Las directrices en sí entrarán en vigor el 1 de agosto de 2024, a tiempo para el año académico 2024-2025. Sin embargo, es importante señalar que la Iglesia siempre ha reconocido a la persona humana como una unión integrada de cuerpo y alma, creada a imagen y semejanza de Dios como varón o mujer; y de forma similar, los ministerios católicos en la arquidiócesis de Detroit siempre han tenido la responsabilidad de defender ésta y otras verdades de nuestra fe católica. La carta pastoral y las directrices que la acompañan han codificado los valores existentes aplicables a las instituciones católicas.

¿Cómo se crearon las directrices?

La creación de estas directrices ha sido un proceso intencionado en el que han participado muchos miembros clave a petición del arzobispo Vigneron. Se reunió un grupo de trabajo formado por sacerdotes, líderes de escuelas primarias, secundarias y preparatorias, líderes del ministerio juvenil y un consejero de salud mental. Este comité revisó las directrices publicadas sobre género e identidad de género de las arquidiócesis/diócesis de todo el país, formuló las directrices propuestas, solicitó la opinión de varios consejos de liderazgo arquidiocesano, líderes escolares y parroquiales, padres de niños que experimentan confusión de género y sacerdotes. Después, revisaron las directrices para incorporar los comentarios recibidos. De acuerdo con el Derecho Canónico (eclesial), las directrices fueron entonces presentadas, revisadas y aprobadas por el Consejo Presbiteral y, finalmente, por el arzobispo Vigneron.

¿Qué pasa si alguien en un programa parroquial o en una comunidad escolar se identifica como transgénero?

Como parte del establecimiento de estas directrices, la arquidiócesis de Detroit proporcionará formación a los líderes parroquiales, escolares y de otros ministerios para ayudarles a compartir estas enseñanzas y directrices en sus comunidades. Esta formación incluirá orientaciones sobre el acompañamiento pastoral a las personas y familias impactadas por la confusión de género, incluyendo el discernimiento compartido sobre si una parroquia, escuela u otro ministerio determinado es capaz de satisfacer las necesidades únicas de una persona. Como se indica en la Directriz 1, todas estas conversaciones se llevarán a cabo con verdadera compasión, al ayudar a las personas a comprender el daño que supone rechazar el designio de Dios y al asegurarles el amor personal de Dios por las personas implicadas.

En todas las situaciones, es fundamental recordar que, como escribió el arzobispo Vigneron en su carta pastoral, las personas que experimentan confusión de género “son nuestros hermanos. Son hijos de Dios y miembros queridos de nuestras comunidades, que nunca deben ser condenados ni rechazados, sino bienvenidos y acompañados en el camino hacia la luz de la verdad”. Esto significa que mientras proclamamos “el bien del cuerpo humano” y su unidad con el alma, lo hacemos con un acompañamiento amoroso. “En la arquidiócesis de Detroit nos comprometemos a escuchar, a mostrar compasión, a compartir la verdad y a celebrar la plenitud de nuestra llamada compartida a la santidad. ¡Nuestro compromiso de ser una banda de alegres discípulos misioneros de Jesús no puede exigirnos menos!”.

¿Aplican las directrices a los adultos que participan en programas parroquiales como OICA o Alpha?

Las personas que experimentan confusión de género no quedan automáticamente excluidas de participar en programas parroquiales como la Orden de Iniciación Cristiana para Adultos (OICA, antes RICA) o Alpha, un curso que da una oportunidad para tener un encuentro con Cristo e introduce los fundamentos de la fe cristiana a través de una serie de temas y conversaciones. En su lugar, los párrocos pueden utilizar su juicio pastoral para discernir cómo debe abordarse la situación única de cada persona, teniendo siempre presente la llamada del arzobispo Vigneron para que nuestras comunidades den la bienvenida a nuestros hermanos que experimentan confusión de género y les acompañen en el camino hacia la luz de la verdad. La asistencia regular de una persona a estos programas es una oportunidad para una conversación pastoral, un acompañamiento amoroso y una conversión profunda.

¿A dónde pueden acudir los padres de familia para obtener información adicional, recursos o apoyo para un hijo o una hija que lucha con la confusión de género?

Como se ha indicado anteriormente, la arquidiócesis de Detroit proporcionará formación a los líderes parroquiales, escolares y de otros ministerios para ayudarles a compartir estas enseñanzas y directrices en sus comunidades. Es importante destacar que esta formación también incluirá orientación sobre el acompañamiento pastoral a las personas y familias impactadas por la confusión de género. Esto significa que nuestros líderes parroquiales y escolares estarán recién equipados para proporcionar información adicional, recursos y apoyo a las familias que atraviesan asuntos relacionados con la confusión de género. Las familias están invitadas a empezar poniéndose en contacto con el pastor de su parroquia y el liderazgo de la escuela católica de su(s) hijo(s), si esto aplica. Lo que esperarían es ser bienvenidos en estas conversaciones pastorales con un acompañamiento afectuoso y sin condenas ni juicios.

Las familias también pueden buscar apoyo a través de su capítulo local de EnCourage, un grupo de apoyo dedicado a las necesidades espirituales de padres de familia, hermanos, hijos y otros familiares y amigos de personas que experimentan confusión de género y/o atracción hacia personas del mismo sexo. Los miembros de EnCourage se apoyan mutuamente y apoyan a sus seres queridos a través del diálogo, la oración y el compañerismo bajo la dirección de un sacerdote capellán. Para obtener más información, póngase en contacto al (313) 237-5900 o encourage@aod.org. Todas las consultas son estrictamente confidenciales.